Voy a hacer un disco para leer

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Quizás tenga música. Está por verse. Se va a llamar "Desconectadas. Historias inconclusas", como en la vida.

Nada

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۞ ATLAS BORGES ۞
Cargado originalmente por François D. §

No tengo nada qué decir.
Doble negación.

Dos. Todos somos dos

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Hay dos Cortazar: uno limpio y uno sucio; uno serio y peinado, con un pucho en la boca y otro con una barba de años, con una sonrisa en el medio; uno de traje y otro en camiseta musculosa blanca. Como un Lennon de la beatlemanía y otro casado en Gibraltar. Como un Guevara en moto y otro con ametralladora.

Hay un tipo con una pistola

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La primera escena es corta y tranquila. Una tarde de playa en Arroyo Parejas, un poco de sol, termo, radio y algo para leer dentro del auto. Algunos pescan en la escollera, otros caminan por la arena y hay dos o tres que toman mate en las piedras.




La segunda escena es más intensa.

—Mirá, hay un tipo con una pistola–. Sentado en las piedras, un flaco de unos veintipico le apunta al mar, a la nada o a las gaviotas, con una 9 milímetros plateada más reluciente que la tarde.

—¡Naaaa! No te puedo creer.

—¿Qué hacemos? ¿Llamamos a la cana?

—No, pará. Mirá, una mina. ¡Uh! Lo agarró justo.

Una mujer llega en una moto y baja despacio hasta las piedras donde estaba el de la pistola. Casi no hace ruido. El flaco voltea, la mira y esconde el arma entre las totoras secas. Piensa que no lo vio.

La mina amaga por un lado y va por el otro, agarra el arma tranquila y la guarda en un bolsillo de la campera. ¿Él no se da cuenta? No sé.

—¿Le sacó la pistola?

—Sí. No sé. Me parece que sí.

—¡No, mirá!

Se lleva la pistola a la boca para disparase. Se va a matar ahí, enfrente nuestro y de la mina. ¿Su novia? ¿su mujer? ¿su ex?.

¿Es la pistola?

No.

¡Qué susto! Era una botella de cerveza. La empina y se toma un trago corto.

Hablan. Mucho no se escucha.

—¿Qué tenés en la cabeza? ¿No te calienta nada a vos?— le pregunta ella.

Hablan muy despacio. La charla dura poco. Alrededor siguen pescando, caminando por la arena y sentados en las rocas. Les saco una foto con mucho zoom; están a cuarenta metros. Les puedo ver las caras. Y creo que me ven.

La mujer se va. Se lleva el arma que ahora está guardada en la cartera.

El flaco se da vuelta, la mira, espera y se levanta. Va a buscarla con la botella en la mano. La mina está sentada en la moto, se va a ir. Él no la deja ir. Le quiere sacar la cartera. Quiere la pistola. Forcejean.

—¡Nos vamos, ya!

Arranco el auto, paso por el lado de ellos, tengo ganas de atropellarlo. No sé porqué no agarré para el otro lado, para la ciudad. Llamo a la policía que no atiende. Llamo otra vez, da ocupado.

La flaca le da el arma.

Sigo llamando. Me atiende una mujer. Le explico la situación. Me pregunta dónde y no me pregunta nada más.

—Bueno, vemos si podemos mandar un móvil.

OK, vean si pueden. No se molesten mucho. Por ahí están ocupados. Si no, dejen, no se hagan problemas. ¿Qué puede pasar? ¿Que nos mate una bala perdida?




En la tercera escena estamos lejos y no vemos casi nada.

La mina ya se fue. Y el flaco está parado en el medio de la ruta. Se está yendo, muy tranquilo, con la botella en la mano, un bolso y el arma.

Pasan diez minutos y ni noticias de la policía. La ciudad no queda tan lejos. Tengo ganas de volver y ver qué pasó, seguirlo al tipo. ¿Nadie vio nada, che?





Cuarta escena. Pasa un jeep de la Prefectura con las sirenas puestas. Todavía vemos al tipo. Se detiene a mirar. El jeep sigue de largo. ¡Ah, bue!

—¡Son unos pelotudos!

—¿No lo vieron? ¿Cómo la cana no te pidió más datos?

Esperamos. Arrancamos. Queremos ver.




En la quinta escena vamos despacio, oteamos todo y tenemos un poco de miedo.

—¡Ahí está!

El flaco, el de la pistola, el loco que le apuntaba al mar con una 9 milímetros plateada, el que se estaba emborrachando y se iba a matar estaba ahora parado ahí nomás. Prendía un cigarrillo y esperaba un remís, un taxi o que se fuera el jeep de la Prefectura que estaba frente a él, a unos setenta metros.

En el jeep están en otra. No sospechan. Uno habla por teléfono y el conductor mira para otro lado.

Manejo lento. Les hago señas, pero no me ven. Les quiero decir que el que buscan es el que está en sus narices. Me ven. Lo llaman. Avanzo. Me voy.

Atrás llega la policía. Pasaron veinte minutos. O más. El tiempo que tardó la mina en ir hasta la comisaría, hacer la denuncia y que manden un móvil. O sea que a mí no me llevaron el apunte.

Deberían avisarlo con un cartel: “No se atienden denuncias telefónicas” o “Por favor, traer las pruebas (en una bolsita ziploc o en su defecto el proyectil alojado en el cuerpo)”.

Sexta escena... Continuará.