Aleph mapuche

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Este observador intentaba comprender qué significaba la ceremonia que se desarrollaba frente a él. Una veintena de mapuches y el doble de curiosos del mundo blanco (wingka, en lengua mapudungun) rodearon una fogata que ardía desde temprano.

¿De qué se trataba ese rito ancestral? Para que lo entiendas, era una fiesta de año nuevo. Pero no como la conoce la Argentina occidentalizada. Era la ceremonia que marca el fin de un ciclo y el inicio de uno nuevo, cuando se produce la noche más larga y “el sol empieza a caminar a tranco de pollo”.

No era un rito extraño, no había misticismo a lo Hollywood, ni sacrificios, ni ofrendas, ni alabanzas. Cuando todo terminó, este observador se enteró de qué estaba pasando. Los mapuches le devolvían a la tierra lo que ella les había regalado: la medicina, el agua y otros legados vitales.

Pero en ese momento este observador estaba apestado por el humo de esos tres troncos incandescentes en el centro de la rueda de gente.

El humo, terrible e implacable, estaba en todos lados. Hasta que el humo dejó de importar, hasta que la mirada de quien observaba con pretensiones periodísticas miró al cielo. Miró y vio.

Este observador tuvo lo que creyó que fue un chispazo de entendimiento, un atisbo de comprensión de lo que estaba pasando en torno a esos troncos malolientes.

Arriba, un cielo que no se veía se convirtió en universo azul, estelar, cósmico y descubrió la Cruz del Sur colgándole sobre la cabeza como una espada. Abajo, la fogata se hizo sol y la rueda de gente, órbita.

Como en un aleph mapuche, todo cobró un efímero sentido. Todo cerró, como en un círculo perfecto. Este observador creyó comprender, aunque luego se dio cuenta de que fue solo un chispazo en la noche.

Luego dejó de observar y quiso participar. Le devolvió a la tierra un puñado de hierbas, se abrazó con otros observadores y con los mapuches que tenía a su lado, los miró a los ojos y escuchó deseos en mapudungun, esa lengua extraña y gritó algo que no recuerda.

Después, el aroma a carne sobre el fuego lo narcotizó. No, no era un sacrificio pagano, era un regio asado como para sesenta. Con chorizos y todo.


Narcótico, revelador y terreno aroma.

Ciclos

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"Si las mujeres de la sociedad tomaran conciencia que tienen todos los ciclos de la naturaleza en su organismo, la sociedad cambiaría".

Vía http://www.indigenas.bioetica.org/inves31-1.htm