Algo pendiente

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Principio de los 90. Abulia. Aburrimiento. Mucho The Beatles y Led Zeppelin. El tiempo no pasaba cuando me lo pasaba leyendo
El Péndulo.

¿Fuego? Gracias

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Esos días estaba roto. Por fuera y por dentro. Y me diste o me prestaste o me regalaste Primavera con una esquina rota, de Mario Benedetti.

Lo empecé a leer en una esquina sana, esperando el colectivo. Pasó uno, pasaron dos y paré el tercero. Doblé la esquina de la página 41, subí al bondi y me olvidé del libro.

Saqué un cigarrillo apenas me bajé en la esquina de siempre. Busqué con qué prenderlo. No tenía encendedor. Casi nunca tengo porque no fumo. No mucho.

Pedí fuego, me dieron y di las gracias.

Y me acordé.

Apagué el pucho sin fumarlo. Busqué el libro en el bolso, el que señalé con un doblez en la página 41. No lo tenía. ¿Me lo dejé en el colectivo? No. Lo olvidé en el escalón en el que me senté a empezar a leerlo.

Lo di por perdido, olvidado y pensé en reponértelo. Uno nuevo, otro, otra cosa.

Pasaron algunas horas y volví a la parada, a esa de la esquina sana. No tenía esperanzas, pero volví. ¡Y estaba ahí! En el escalón donde había empezado a leerlo.

Busqué la página 41 pero el doblez no estaba. Alguien había leído hasta la 56 y la marcó. Y dejó el libro ahí, en la esquina donde lo olvidé.


PD: No era primavera.
PD2: Gracias por el fuego me había dejado un amargor en el pecho.
PD3: Quería dejar de fumar y dejé en aquella esquina.
PD4: El libro me lo llevé y creo que lo volví a perder.

Estallidos de alegría

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Hay una jaula con dos cotorras en una pared de la cocina. El objetivo de hacer que se reproduzcan para vender sus crías no se va a cumplir: nos vendieron dos machos o dos hembras. Negadas a experimentar con su sexualidad, permanecen inmóviles, como todos los días. Vida triste la de las cotorras.

* * *

Suena un rocanrol y dudamos.

—¿Quién es? ¿Lennon?
—No, ni ahí. Bah, se parece... la voz. Pero no.
—Si, si. Escuchá.
—Te digo que no. Conozco todos los discos de Lennon solista —mentira, pienso.
—Mentira.
—Mirá ¡mirá! ¡¡miráaa!!
—¡Noooooooooooooooooooooooooo! —gritamos al mismo tiempo.

A esta altura de la película ya no sabemos si es el señor Verde, Rosa o Azul quien saca una navaja y le rebana la oreja a un cana.

Primero quedamos aturdidos por la sordidez de la escena. Y después de masticar un rato largo esa imagen, la risa surge como un estallido.

* * *

—¿Qué les pasa a tus cotorras?
—No son mías, son de mi vieja.
—¿Qué les pasa?
—¿Por?
—...
—N...

Me paro y voy a verlas. Una, inmóvil, como siempre; la de al lado se aleja cuatro pasos al costado. Pasos de cotorra.

—Son del mismo sexo —explico, como si fuera una razón científica.
—Son medio caretas —dice, al tiempo que le echa una bocanada de humo a la inmóvil.

Entre que la cotorra se infló como un globo a punto de explotar y hasta que estalló la risa, pasaron cinco segundos que parecieron una eternidad.

* * *

El tiempo, a cuentagotas.
La heladera, vaciándose.
La cotorra, tratando de comprender.
Las gargantas, secas.
El mate, casi listo.
La guía de teléfonos, deshojada.
Las gargantas, ásperas.
La música, en vaivenes.
La risa, en alerta.
La paranoia, en plan de emboscada.

Serie 1991. Al fin se le vio la veta aristocrática

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La Piba (35) tiene madera de discutidora. Y me discute por mail.

Me escribe de socialismo, de consignas libertarias y de obreros alienados.

Yo le digo: —¡Basta! ¿Qué te pasa? Si vos no laburaste nunca con una pala.

La Piba tiene empuje y hasta se postuló a concejala en mi ciudad.

Su DNI dice que todavía vive allí aunque hace años que vive en otro lado.

—Ya cambié de domicilio varias veces —se excusa— y como la Junta no actualizó el padrón...

—¡Chanta, trucha!— le escribo.

Pero también quiere ser diputada provincial.

—Testimonial— la acuso.

—Lo tuyo es banal y no tiene rigor— me dispara.

—¿De qué hablás?

—De esas preguntas. Superficiales. Sin valor. Tinellizadas.

—Eh, anti popular. Al final, se te vio la veta aristocrática en el dedito índice levantado —le contesto.

—Naaa.

—¿Referente de la aristocracia obrera, tal vez?

Dejó de escribirme.