Estallidos de alegría

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Hay una jaula con dos cotorras en una pared de la cocina. El objetivo de hacer que se reproduzcan para vender sus crías no se va a cumplir: nos vendieron dos machos o dos hembras. Negadas a experimentar con su sexualidad, permanecen inmóviles, como todos los días. Vida triste la de las cotorras.

* * *

Suena un rocanrol y dudamos.

—¿Quién es? ¿Lennon?
—No, ni ahí. Bah, se parece... la voz. Pero no.
—Si, si. Escuchá.
—Te digo que no. Conozco todos los discos de Lennon solista —mentira, pienso.
—Mentira.
—Mirá ¡mirá! ¡¡miráaa!!
—¡Noooooooooooooooooooooooooo! —gritamos al mismo tiempo.

A esta altura de la película ya no sabemos si es el señor Verde, Rosa o Azul quien saca una navaja y le rebana la oreja a un cana.

Primero quedamos aturdidos por la sordidez de la escena. Y después de masticar un rato largo esa imagen, la risa surge como un estallido.

* * *

—¿Qué les pasa a tus cotorras?
—No son mías, son de mi vieja.
—¿Qué les pasa?
—¿Por?
—...
—N...

Me paro y voy a verlas. Una, inmóvil, como siempre; la de al lado se aleja cuatro pasos al costado. Pasos de cotorra.

—Son del mismo sexo —explico, como si fuera una razón científica.
—Son medio caretas —dice, al tiempo que le echa una bocanada de humo a la inmóvil.

Entre que la cotorra se infló como un globo a punto de explotar y hasta que estalló la risa, pasaron cinco segundos que parecieron una eternidad.

* * *

El tiempo, a cuentagotas.
La heladera, vaciándose.
La cotorra, tratando de comprender.
Las gargantas, secas.
El mate, casi listo.
La guía de teléfonos, deshojada.
Las gargantas, ásperas.
La música, en vaivenes.
La risa, en alerta.
La paranoia, en plan de emboscada.