No te banco

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El uniformado (policía, guardia, lo que sea) se acerca y me dice que en el banco no está permitido usar el teléfono celular.

–Ah, no sabía.

–Si, está prohibido. Está escrito ahí.

–¿Dónde?

Señala un cartelito con un pictograma raro.

–Ah, para mí eso era “prohibido usar escafandra”

–…




(También podría significar "prohibida la entrada de indios de poca jerarquía")


* * *


La cola es larga y mientras espero, miro.

Observo cuán relajados están los empleados del banco.

El tipejo que atiende a las personas que no van a cobrar se toma su tiempo para mover el mouse sobre el escritorio, al tiempo que piensa «Permiso ruedita del ratón. O lucecita del dispositivo óptico para interactuar con el computador. ¿Puedo acariciar tu ergonómico lomo y así desplazar eso que llaman cursor sobre la pantalla? Gracias».

La chica que se niega a dar préstamos a microemprendedores en el cubículo de Préstamos/Microemprendedores pasa y le agarra y sacude la pera al tipejo; como quien agarra y sacude la pera de un nene tierno de 6 años. Me ve que la veo y se esconde para secretear detrás de un toquito de hojas A4 que acaban de salir de una fotocopiadora. Vuelve bamboleante a su cubículo.

Parada, la mujer de la mesa de entradas mide apenas lo mismo que el tipejo sentado. “¿Cuándo viene lo mío?”, le pregunta. “Llamá al 0800”, le responde.


* * *


Para el esclavo del sistema, el banco no es un infierno, pero sí algo como el purgatorio. Un limbo para aguantar. Una montaña de papeles en la que la cima no alberga la redención de las almas bancarizadas